Caminando por los rincones de Latinoamérica podemos encontrarnos con rostros y vivencias que despiertan profunda ternura. Fue en uno de esos caminos que comenzó a formarse un pensamiento: “El Territorio podría ser mujer”.
¿Cómo sería esa mujer? quizás con rostro de niña, una voz cálida y una imperiosa curiosidad por aprender. Sus sueños plasmados en ropitas de colores vibrantes y pelo de montaña. Cada vez que pensamos en esa mujer podríamos imaginar un suelo nuevo, joven con todas las posibilidades.
Así en cada comunidad a lo largo y ancho de este paraíso verde hay una mujer y un territorio que aprende a luchar con ternura y fuerza creadora, una mirada noble de ojitos marrones brillantes que junto a otros ojitos forman un escudo inquebrantable donde las armas se desvanecen porque para llegar allí hay que navegar profundo…
Ese quizás sea el tesoro que guardan pueblos originarios que han sabido custodiar en nombre de esa mujer que hoy nos convoca para que escuchemos y aprendamos a convivir con ella, quizás está emergiendo de las profundidades para traernos ese tesoro que debe ser descubierto en cada uno de nosotros.
No se necesita casi nada, simplemente estar atentos a su llegada y permitir la profundidad en nuestros corazones, emocionarnos, entregarnos a esa experiencia suprema que es un nuevo nacimiento. Estamos en un cuerpo vivo, en un cuerpo de mujer que nos sostiene, Volver a esa esencia inocente y pura quizás sea un camino que sólo se encuentra profundizando y reconociendo que somos parte de este ecosistema, que nadie queda afuera, por más errores que se cometan.
Darle vida a una semilla es darle tiempo, atención y presencia. Aún en esos días de capa caída y suspiros de nostalgia, la curiosidad pelea por mostrarnos de qué se trata esa incógnita. Un vaiven de movimiento interno silencioso al nacimiento de un proceso misterioso y maravillosamente incierto que se revela en una pulsión que rompe, una fuerza que nada puede detener en su encuentro con el sol.
Unidos en amor,
Amalgama