Los glaciares son masas de hielo en movimiento que se forman por la acumulación, compactación y recristalización de nieve a lo largo del tiempo. Constituyen alrededor del 10% de la superficie terrestre total, y son los objetos más grandes de la Tierra.
El inicio de un glaciar consiste en la permanencia de la nieve en una misma área por un tiempo considerable. En la atmósfera, las moléculas de vapor de agua se adhieren a pequeñas partículas de polvo formando así estructuras de cristal. Otras moléculas de vapor de agua van adhiriéndose a los cristales y se forman los característicos copos de nieve que posteriormente precipitan.
Con el paso del tiempo, las nevadas posteriores cubren los primeros copos y comienza a acumularse la nieve suficiente para convertirse en pesadas estructuras. Año tras año las nuevas capas comprimen las capas anteriores, esta compresión expulsa el aire entre los cristales, aumentando su densidad.
La nieve compactada se convierte en una capa granular llamada neviza. A medida que se acumula más nieve y se comprime aún más, la neviza se transforma en “firn”, una fase intermedia entre la nieve y el hielo.
Con el tiempo, el “firn” se transforma en hielo glacial. Este proceso puede llevar varios cientos de miles de años, dependiendo de la tasa de acumulación de nieve y las condiciones climáticas locales. Una vez que la masa de hielo alcanza un cierto espesor y densidad, se considera un glaciar. Por el gran peso del hielo, el glaciar comienza a deslizarse, formando una especie de río que serpentea a través de un valle.
Son cruciales para la modulación del clima, la topografía y el suministro de agua dulce en todo el mundo. Generalmente fluyen cuesta abajo o a lo ancho, debido a su propio peso, hasta desembocar en sistemas hídricos. Pueden derretirse, evaporarse o dar paso a la formación de icebergs.
Durante las estaciones cálidas, algunos liberan agua de deshielo debido a su derretimiento y crean cuerpos de agua importantes para la biodiversidad y comunidades humanas. De hecho, Si todo el hielo terrestre se derritiera, el nivel del mar subiría unos 70 metros.
Se encuentran en todos los continentes a excepción de Australia. De los 33 millones de kilómetros cúbicos de hielo glacial, más de 90 por ciento está en Groenlandia y la Antártida.
El hielo de los glaciares constituye la reserva más grande de agua dulce del planeta, y la segunda reserva de agua luego de los océanos.
Los glaciares se clasifican en templados, donde la temperatura del hielo se acerca al punto de fusión, y polares, donde el hielo se mantiene en una variación menor a los cero grado centígrados.
Se establecen como uno de los indicadores más confiables de variaciones en la temperatura del planeta. A finales del siglo XX, comenzó a obtenerse una medida promedio de la temperatura global, estudiando los cambios en los glaciares por medio del uso de satélites. Se estima que en el periodo que va desde entre el siglo XVI y XIX, se produjo un enfriamiento que provocó un avance importante de los glaciares.
Cuando pensamos en el cambio climático, una de las primeras cosas que nos vienen a la cabeza es el deshielo de los casquetes polares. Sin embargo, la pérdida de hielo no se limita al contenido en los polos.
De acuerdo con un estudio titulado Global llevado a cabo por un equipo internacional de científicos liderado por la Universidad de Zúrich y publicado en la revista Nature, desde 1961 los glaciares de nuestro planeta han perdido más de 9,6 billones de toneladas de hielo. Todo en un plazo inferior a 50 años, lo que ha provocado un aumento de nivel del mar de 27 milímetros. Debemos de hacer una clara distinción entre los glaciares de montaña y las enormes extensiones de hielo que podemos encontrar en lugares como Groenlandia y la Antártida. Estos primeros cubren un área de aproximadamente 706.000 kilómetros cuadrados de territorio a nivel mundial. Con un volumen total estimado de 170.000 kilómetros cúbicos, tienen el potencial de provocar un aumento del nivel del mar de 0,4 metros.
Los glaciares que retroceden y adelgazan cada año con el sucederse de las estaciones, son todo un icono del cambio climático por el modo en que pueden afectar a la escorrentía regional, es decir, al caudal de agua de los ríos, así como el nivel global de los océanos. De este modo, ya informes anteriores alertaban de cómo se producían estos cambios en la masa de los glaciares. No obstante, estos estudios se basaron en la multiplicación de los resultados promediados o interpolados de las observaciones disponibles de unos pocos cientos de glaciares en el mundo. Las tasas actuales de pérdida de masa indican que los glaciares podrían casi desaparecer en algunas cadenas montañosas durante este siglo, mientras que las regiones fuertemente glaciares continuarán contribuyendo al aumento del nivel del mar más allá de 2100.
Aunque ahora podemos obtener información clara sobre cuánto hielo ha perdido cada región glacial, también hay que destacar que la velocidad a la que se produce esta pérdida, se ha incrementado significativamente en los últimos 30 años.
En Argentina, los glaciares se encuentran al oeste del país, distribuyéndose a lo largo de aproximadamente 3500 kilómetros en la Cordillera de los Andes y están presentes en 12 provincias y 39 cuencas hídricas.
Constituyen una de las reservas de agua dulce más importante de nuestro país, apta para el consumo humano, ya que alimentan las cuencas hidrográficas del territorio.
Además, son el recurso que sustenta una serie de actividades económicas como la agricultura o el turismo, realzando la belleza de los principales atractivos turísticos y generando ingresos significativos para las economías regionales.
Estas formaciones y otras crioformas, tienen una contribución muy importante al caudal de los ríos andinos, ya que aportan volúmenes significativos de agua de deshielo, y ayudan a minimizar el impacto de las sequías en las actividades socioeconómicas.
El 30 de septiembre de 2010 se aprobó en el Congreso de la Nación la Ley Nacional de Glaciares N.º 26639.
La norma define un Régimen de Presupuestos Mínimos para la Preservación de los Glaciares del Ambiente Periglacial, con el objetivo central de preservar estas reservas estratégicas de recursos hídricos.
En su artículo 3, la ley crea el Inventario Nacional de Glaciares para individualizar todos los glaciares y geoformas periglaciares que actúan como reservas hídricas existentes en el territorio nacional, y registrar así toda la información necesaria para su adecuada protección, control y monitoreo. En el artículo 5, designa al Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA) como el órgano científico responsable de realizar el Inventario.
La Ley Nacional de Glaciares tiene como objetivo la protección de los glaciares y del ambiente periglacial. Al definir a los glaciares como bienes de carácter público, la ley busca:
• Preservarlos como reservas estratégicas de agua
• Proteger la biodiversidad
• Cuidarlos como fuente de información científica.
• Valorarlos como atractivo turístico.
La ley restringe todas aquellas actividades que puedan afectar la condición natural de los glaciares, entre ellas:
• La liberación de sustancias contaminantes.
• La construcción de obras de arquitectura o infraestructura.
• La exploración y explotación minera e hidrocarburífera.
• La instalación de industrias.
No está demás agregar que dicha ley, aún hoy, en nuestros días, es incumplida por algunas provincias que han cedido una parte importante de sus territorios, para que empresas mineras canadienses y chinas, monten sus gigantescos emprendimientos extractivistas en desmedro de los glaciares, y la biodiversidad que estos representan. En la actualidad, algunas asambleas como la de Famatina, la de Esquel, la de Bajo la lumbrera, la de Jáchal, la de Andalgalá, solo por nombrar algunas, mediante acciones de divulgación, y muchas veces poniendo el propio cuerpo, han luchado y lo siguen haciendo contra estas corporaciones descomunales, cuyo objetivo final y único, es el obsceno incremento de sus balances anuales a costa de la contaminación perpetua de zonas que deberían haber permanecido protegidas por los mismos estados, y los mismos políticos que las dieron en concesión. Todo podría resumirse en una sabia frase fruto de una de estas asambleas:
“El agua vale más que el oro»